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27 may 2022
La enfermera y colegiada madrileña Patricia López-Linares, del Hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares, escribe para la revista 'Enfermeras de Madrid' el artículo de opinión y relata sus vivencias frente al COVID.
No me entendáis mal, a ver, no quiero decir que me alegre de que mucha gente se encuentre tan mal como yo. Para que comprendáis lo que quiero decir debo empezar por el principio. Marzo de 2020: caos absoluto en el Hospital Príncipe de Asturias, caos absoluto en el mundo… pero todavía no lo veíamos.
Mi nombre es Patricia, soy enfermera en la planta de hospitalización 3ªC (Cardiología, Neumología y Endocrino) y me encanta mi trabajo.
Empezamos a tener algunas sospechas de pacientes que podían estar contagiados con el nuevo coronavirus, empezamos a hacer pruebas que dan positivo, que dan negativo y dos días después son positivas, empezamos a ver a pacientes con neumonías extraordinarias (y estamos acostumbrados a ver muchas neumonías), que cursan con una rapidez increíble… que empeoran por momentos, que mueren en horas…
No voy a entrar en detalles, porque todos sabemos lo que eso fue… y a nadie le gusta recordarlo.
Pues bien, me contagié claro está, como no podía ser de otra manera y como se contagiaría después TODO el mundo. Fui de las primeras, como me dicen, con la cepa original (parece que hablamos de vampiros, de la saga perfecta e inmortal).
Se pasa mal, sobre todo si como yo no das positivo en las PCRs y “nadie te cree”. Te encuentras fatal.
La fiebre, los dolores, no comes, adelgazas una barbaridad en pocos días (se recupera si te recuperas), los dolores de cabeza, duermes unas 23 horas al día, te duele hasta el roce de la camiseta, no digamos el de las sábanas, te ayudan a asearte, a peinarte…y te das cuenta. ¿Qué me está pasando? Han pasado 7-8 días y empiezas a darte cuenta de que has podido morir.
Vuelvo a ver las noticias, aunque realmente es mejor no verlas.
Y todavía no soy considerada como paciente COVID.
Por fin, me hacen una RX de tórax y confirman que tengo neumonía compatible con COVID. ¿A ver si va a ser que sí que es COVID?. Pero ¡claro!, ¿qué va a ser si no? La gente de tu alrededor empieza a creerte (no me refiero a la familia, que ha vivido en primera persona mi declive y son un poco más amables).
Y pasan los días, pasan las semanas, pasan los meses… y no te recuperas. El cansancio sigue siendo un gran peso con el que no puedes, crees que has perdido la forma física y que caminar, volver a hacer deporte, moverte, te hará recuperarte. Quieres volver a trabajar, poder ver a tus compañeros, ayudar, sentirte útil, quieres recuperar tu vida; y con esta actitud vuelves a tu puesto de trabajo con una gran sonrisa y con un gran miedo a volver a contagiarte.
Pero los días pasan, la fiebre no desaparece, el cansancio se hace más y más intenso, los dolores.
"¿Cómo se llamaba esto? “¿Puedes ayudarme con este paciente?” “¡Puf! Tengo que parar” “No puedo”… Y vuelves a darte la baja porque no puedes poner en peligro la vida de tus pacientes, porque no te ves capaz de atenderles como se merecen, porque no puedes darlo todo, porque no te tienes en pie, porque no sabes que hacer en determinadas ocasiones. En fin, porque ahora necesitas recuperarte tú para cuidar a los demás, pero de esto tardas mucho en darte cuenta…
¿Qué tal en casa? Os pregunto, sí. No hablo del confinamiento, que también afecta, claro. Hablo de la relación con vuestra familia. ¿Os entienden? Yo he tenido la suerte de que sí, me apoyan, están ahí a mi lado pero, aun así, a veces siento que no me entienden, porque es muy difícil de comprender, no hay nada orgánico, ya no tengo neumonía, han pasado meses, puedo moverme, pienso, existo… pero no soy yo, no soy yo.
Y entonces llega alguien que te da esperanzas, te explica que hay mucha gente como tú, que después de pasar el COVID no vuelve a ser la misma persona. No son secuelas, es una enfermedad diferente, con síntomas reales que cambian día a día (esto es lo más difícil de procesar, incluso para nosotros), que te afectan hoy a una cosa y mañana a otra, que te impiden planificar tu vida un poquito porque no sabes cómo vas a despertarte mañana, qué te dolerá, o si recordarás lo que tenías pensado hacer, si sabrás llegar al súper, si tendrás fuerzas para llevar las bolsas de la compra, si podrás planchar, si te atreverás a ducharte cuando estás sola en casa… si tendré ganas de levantarme de la cama…
Pues sí, tengo COVID PERSISTENTE, LONG COVID o como queráis llamarlo. Y es verdad, existe; mucha gente lo duda, están en su derecho, pero yo voy a contar como me siento desde mi perspectiva, bajo mi punto de vista, soy una afortunada.
Me están tratando en una de las unidades pioneras de covid persistente por el mejor equipo que puedo imaginar, han probado múltiples terapias con las que mejoro. Pero no del todo.
Me siento apoyada, me siento sobre todo creída, esa es la palabra. ¿Por qué digo esto? Y por fin llego al propósito de esta carta, porque quiero poner en relieve lo que siento respecto a mis compañeros de profesión (no de todos claro). La falta de empatía, la falta de credibilidad que creo estamos soportando los trabajadores que quieren ponerse bien y volver a tener las facultades que antes teníamos y volver a incorporarnos a nuestros puestos, estar al pie del cañón…
Pero, ¿qué encontramos enfrente? Después de tantos y tantos meses en los que tus compañeros sí han seguido al pie del cañón, después de todo lo que han visto y han vivido, después de también ellos contagiarse, de pasarlo mal y recuperarse con mayor o menor rapidez, encuentras comentarios de todas clases, desde que eres una “quejica”, gente que te pone la mano en la espalda y te mira con cara de pena (no ayuda, pero se agradece), gente que no sabe qué decir, que no puede mirarte, porque “mírala, pobrecilla, como está…”, gente que en definitiva no entiende lo que te pasa aunque lo intente.
Resultado: te sientes sola, realmente sola en esto, con tus comeduras de coco, de cuánto tiempo más durará, de si realmente aparecerá algo que te ayude, con tus consultas de tantos y tantos médicos especialistas que te hacen sentir más enferma todavía, y estás rodeada de gente que quiere ayudarte, pero no pueden y eso te hace sentir todavía más SOLA.
Pero perteneces a ese 10-15% que tiene COVID PERSISTENTE. Buscas en internet gente que se sienta como tú, buscas cuánto tiempo llevan mal, si se han recuperado, a lo mejor queda poco tiempo para que yo me ponga bien, pero no encuentras eso, solo encuentras más angustia.
En mi caso no me ayuda saber cuántos síntomas tiene la gente, si les pasa lo que a mí o tienen otras cosas, no quiero entrar en esa espiral de síntomas que se enumeran hasta 300 o 400, no me hace bien, así que dejo de compararme, porque en realidad a mí lo que me interesa es ponerme bien. ¿Seré una egoísta? No lo sé…
Esta carta no va a servir para nada, pero a mí me ayuda a desahogarme, a expresar cómo me siento respecto a lo que me rodea, a apreciar más si cabe a la gente que realmente tengo a mi lado apoyándome y a los que no, a ver las cosas con perspectiva.
Hace unos días comentaba con mi suegro (gran médico de profesión) que esto se me está haciendo muy largo. Por supuesto hablamos de todos los avances: vacuna en menos de ¡1 año!, es increíble, ahora van a sacar un tratamiento específico para tratar el coronavirus, ya estamos cerca del final… Pero, ¿eso qué quiere decir? 3-4 años en idioma farmacéutico hasta que se apruebe, luego se indique para el covid persistente, me lo aprueben para mí, me haga efecto, ¡¡¡pueda decir que he echado al coronavirus de mi cuerpo!!!
En medicina es muy poco tiempo, en una vida es muchísimo y además hay que sumarle los casi dos años que ya llevo con esto, hay que sumarle la incertidumbre, sí, todo está muy avanzado, pero seamos realistas: ¿cuántos tratamientos han probado y todavía ninguno ha sido nuestra solución? Esas cosas están en mi cabeza continuamente, no puedo desconectar porque cada vez que me ducho, subo una escalera, intento jugar con mis sobrinos, intento tragar un filete, hablar, cruzar rápido un paso de peatones, acordarme de aquella palabra, de lo que comimos antes de ayer, cada vez que tengo que tender la ropa, planchar, cocinar, sacar las cosas del lavavajillas, ir sola a la compra, pasar horas y horas tumbada, tomar un paracetamol, cada vez que hago cualquier cosa… pienso que esto puede durar para siempre, y eso también agota.
CONCLUSIÓN: soy una nueva Patricia, no puedo seguir pensando que voy a volver a lo de antes, me hace daño, tengo que partir de cero, del ahora, y debo intentar mejorar poco a poco (como una tortuga). Esta es la solución a la que llega mi cabeza cuando está algo centrada, por supuesto, se desmorona en cualquier momento y ya no sirve para nada, pero a veces lo recuerdo y el haber envejecido unos veinte años de golpe se hace un poco menos duro.
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