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17 ene 2018
Las enfermeras Dolores Quesada y Carmen Suárez, dos de las cooperantes que se marcharon a Guatemala y Ecuador respectivamente, a través del Programa de Voluntariado Internacional (VOLIN) de la ONG ‘Enfermeras para el Mundo’ y con una ayuda económica por parte del Colegio Oficial de Enfermería de Madrid, ya están de vuelta. Estas voluntarias nos han contado sus vivencias allí y ambas coinciden en que esta experiencia les ha aportado una mentalidad más abierta.
Quesada (en la imagen de la izquierda) se marchó durante el pasado mes de septiembre a Quilinco, Guatemala. Allí realizó controles entre su población para identificar casos de diabetes e impartió talleres de salud. “En cuanto a mi papel y desempeño como enfermera, creo que ha podido ser positivo ya que la sensibilización en promoción de la salud es un pilar fundamental para mejorar la calidad de vida de estas personas. Y no sólo ha podido ser positivo mi papel como profesional sino además como mujer: que las personas de la comunidad vean que existen formas de vida de las mujeres diferentes a las suyas dentro de la sociedad también ha podido resultar beneficioso para ellas”.
Por su parte, Carmen Suárez (que sujeta una libreta en la imagen de la derecha) viajó en octubre a Manabí, Ecuador, una de las zonas más afectadas por el terrible terremoto que este país sufrió en 2016. “Realizamos valoraciones de salud a niños de 6 a 14 años en sus domicilios, para después plasmar esa información en informes que fueron enviados al Ministerio y poder continuar así con los programas de ayuda a ese colectivo. Nuestro trabajo fue gratamente reconocido por parte de la Organización y del Ministerio. En ese pequeño periodo de tiempo, presenciamos cómo nuestro esfuerzo era recompensado, lo que nos hizo inmensamente felices”, ha explicado la enfermera.
Asimismo las cooperantes en Ecuador impartieron un taller sobre salubridad con apoyo de láminas visuales ellas mismas elaboraron de manera artesanal. “También participamos en la organización del evento del Nombramiento de Mensajeros de la Paz al que acudieron políticos notables del país, en el que se otorgó también un gran reconocimiento por su trayectoria profesional a nuestra responsable y fundadora de la Asociación Santa Marta, Doña Reina”, ha añadido Suárez.
Dolores Quesada ha asegurado que este voluntariado ha sido una de las mejores vivencias que ha experimentado a lo largo de su vida. “Ha sido increíble poder convivir con estas familias y ver cómo es su día a día. En especial el de esas mujeres luchadoras que cada día suben y bajan, hasta diez veces, desde doscientos metros por un barranco para llenar sus vasijas de agua transportándolas sobre sus cabezas, algunas de ellas con sus bebés cargados a la espalda. Sacaban tiempo tras sus quehaceres diarios (que allí no son pocos) para asistir a nuestros talleres de salud. Nos escuchaban con admiración, cuando las verdaderamente admirables eran ellas… ¡Y qué decir de los niños! Esperaban a que acabásemos nuestras charlas, con sus cuadernos y lápices gastados, deseosos de aprender, aunque sólo fuesen unas cuantas palabras en inglés. Por todo esto cada momento allí era especial. Don Virgilio, doña Flora y todas las demás: Elvira, Tomasa, Luva, Cristina… Personas que, a pesar de la escasez de sus recursos, siempre nos ofrecieron lo mejor que tenían y se preocuparon de que nuestra estancia allí fuese lo más cómoda posible. Todas las familias de la comunidad en general, cuando se cruzaban con nosotras en esos caminos aunque no nos conociesen de nada, se paraban y nos saludaban dedicándonos siempre su mejor sonrisa. Desde el primer día nos hicieron sentir uno más”, ha contado la enfermera.
Un estilo y condiciones de vida que, sin duda, se alejan mucho de la que es nuestra realidad aquí en Madrid. Y similar fue la primera impresión que se llevó Suárez en Manabí: “El choque cultural fue lo primero que tuvimos que interiorizar. En las comunidades encontramos a gente viviendo en el suelo, muchos de ellos sin agua corriente, sin luz ni inodoro. Viviendas construidas de cañita, no existía el aislamiento en ellas, familias de once miembros con dos colchones en los que poder dormir... La ingesta de nutrientes diaria era totalmente deficitaria, comiendo semanalmente la mayoría de ellos una pequeña porción de pescado y carne. La base de sustentación es el arroz y el plátano verde. El agua corriente, no potable, era consumida por algunos derivando en problemas importantes de salud”.
Carmen Suárez ha indicado que le sorprendió y, a la vez, le impactó la respuesta global de los niños cuando les preguntó si se consideraban felices. “¡Sí!”, contestaron todos. “Esa fue también la contestación de un niño de 8 años, a las 16:00 horas, que llevaba todo el día sin comer y no había asistido a la escuela porque, según refería, su abuela, que era responsable de diez nietos y no tenía casi ingresos, dejaba ir al colegio a aquellos a los que había podido proporcionarles comida esa mañana. ¡Terrible pero muy real!”, ha relatado la cooperante.
En definitiva, estas enfermeras han vuelto a España con un cambio de mentalidad. “Cuando realizas este tipo de proyectos, vas con la idea de aportar y lo cierto es que acabas aprendiendo más de lo que pretendes enseñar. He aprendido que fuera de mi propia realidad hay otra muy distinta y esto me ha ayudado a valorar mi día a día y a aprender cuál es el verdadero valor de las cosas. Cambia tu escala de valores y prioridades de la vida, te abre la mente y se adquiere un aprendizaje que, en mi caso, te hace crecer personal y profesionalmente. También he aprendido que existen personas con diferentes vidas en un mundo iluminado por el mismo cielo; y que, a pesar de las diferencias, todas buscamos un mismo fin: gozar de alimentos cada día, el derecho a la salud y a la educación, el cariño y, aunque dicen que el dinero no da la felicidad, un poquito sí que ayuda…”, ha reflexionado Dolores Quesada.
En la imagen superior, la enfermera Dolores Quesada. En la imagen inferior, la enfermera Carmen Suárez.
Mientras, Carmen Suárez ha manifestado que ahora sonríe sin un motivo concreto. “Me invade un sentimiento de paz y felicidad tranquila que nunca antes había experimentado. Y me gusta mucho. Aún vivo en periodo de adaptación a mi mundo, más recuperada, pero sin aterrizar del todo. La experiencia me aportado una mentalidad más abierta al mundo, respeto a los demás y a mí misma. He superado muchos miedos absurdos que esta sociedad te inculca desde que comienzas a tener uso de razón. He aprendido a dar la importancia justa a las cosas y, por supuesto, lo material se ha traducido en algo totalmente prescindible”.
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